En el abismo

 

“Un piquete cada mes y medio, no es una marca desdeñable” se le oyó decir al líder de opinión Alfredo De Angeli en Gualeguaychú. Seguramente no lo habrá dicho pen­sando en la década setentista que le adjudican querer reflotar a Cristina, pero a la luz de la época en que Héctor Cámpora asumía el gobierno para dejar lugar a Perón en el po­der, la marca de un piquete cada mes y medio sin duda es un juego niños.

En aquella época la gente moría por pedir que los sueldos aumentaran. Era noticia a la vuelta de la esquina algún atentado con coches bombas y los secuestros extorsivos eran moneda corriente durante el último gobierno del viejo Perón. Era entonces cuando Cri­sitna y Néstor se conocían en la Universidad de La Plata. Ambos militantes de la Ju­ventud Peronista, recientemente descabezada de Rodolfo Galimberti, tal vez la figura más negra de la militancia partidaria.

Todo se debatía entre extranjeros sí (extranjeros zurdo, aclaremos) o extranjeros no. El mismo Perón era un extranjero más cuando decidía a más de 5 mil kilómetros de Buenos Aires, qué se debía hacer y qué no. Los partidos democráticos tales como la UCR, el PI de Oscar Alende y los Demócratas Progresistas de Martínez Raimonda no eran más que ceros a la izquierda, aunque con posturas ‘inocentes’ en tiempos en que la muerte era tan normal como las proclamas reivindicatorias en la boca de figuras como la de Mónica y César. Sí, en aquella época a la pareja de San Pedro no le costaba nada luchar en cámara por los derechos de los trabajadores. Todo ha quedado atrás después de Videla & Co.

Por eso la hipótesis de máxima que hoy funciona es la del conflicto social. Un rever­decer de lo peor de aquella época vuelve a ser lo normal, sin que haya detrás una verda­dera lucha, o tal vez buscando develar el compromiso que corre por lo bajo. Hacer evi­dente el compromiso es la consigna, y no pocos ven en esto una consigna de guapez.

La pregunta es si el martes, cuando todos volvamos a nuestras obligaciones, después de lo que se vivió en las vísperas, no habrá de ser posible un mundo trastocado. Si ten­dremos que agenciarnos una 38 para ir a la villa a dar clases, o si en la valijita que lle­vamos al hospital no tendremos guardadas pastillas de cianuro listas. A la distancia eso suena imposible, pero alguna vez fue así. ¿Será que esta vez, la caída viene sin repro­ches, sí, pero con nostalgia?

 

En la semana se ha sucedido dos interesantes. Por un lado se habló de conversaciones soto voce para solucionar el conflicto con el campo. Desde la Casa Rosada, con la misma imprudencia con que en Santa Cruz e resolvía demagógicamente las cosas, hoy piensan que el el problema de fondo con el campo es el machismo, el gauchaje que no ha visto Brokeback Mountain. En concreto se habló de dos negociaciones secretas, por un lado la reunión que mantuvieron dos archienemigos como lo son Hugo Moyano y Luis Morales, ambos transportistas pero de diversas ramas del sindicalismo. La otra, más al estilo de como le gustaría a la señora Ernestina de Noble, entre el constructor del hotel de los Kirchner en El Calafate y un dirigente del campo cordobés.

Que dos gremios que se tenían a cara fea cada vez que se cruzaban se hayan reunido es un anuncio, algo así como la amistad en potencia que resurge con la primavera. Pero el campo no puede esperar tanto tiempo. Por ello las reuniones que ya están mante­niendo los jefes políticos de la oposición pesan más que estas poco alentadoras treguas. En el diario de hoy, Elisa Carrió apeló una vez más al código femenino para anular sus declaraciones incendiarias, e invitó a la presidenta, una vez más, a anular las alícuotas del campo.

Como quien no quiere la cosa (aquí sonaría la música de Enio Morricone) reaparece Duhalde. A decir verdad, Eduardo Duhalde aparece cuando su proyecto político ya ha fracasado. Si el gobernador de Buenos Aires en tiempos de Menem creía poder llegar a ser el próximo presidente constitucional en elecciones adelantadas (no descartemos la idea, pero), esta hipótesis ya ha sido descartada. Podrá ser a lo sumo el que conduzca los hilos del presidente de la Cámara de Diputados, el ex gobernador de Jujuy Fellner, pero en la cadena de mando, a Fellner le sigue la ex Montonera Vaca Narvaja y Duhalde no ostenta credenciales del extremismo justicialista.     

 

Tal vez sea la tibieza la que nos arroja una y otra vez contra el abismo. Tal vez sea cierto eso de que la dictadura se llevó lo mejor nuestro. En un conflicto que lleva 95 días y no logra resolverse, la pregunta que cabe es ¿cuál es el problema? Y enseguida ¿por qué no podemos resolverlo?

Los fondos buitres son una realidad que no se vivían en tiempos del Camporismo. El idioma social de los 70s argentinos era a prueba de avivados imperialistas. Hoy la situa­ción ha cambiado. Si desde el gobierno se pretende seguir adelante con una fachada que reaviva cierta sensibilidad de los períodos de combate en las calles y las fábricas, enton­ces el problema es de miopía y falsa coherencia. Si se intenta dar vuelta una lógica telú­rica, entonces la hipótesis del mandamás gringo es del todo justa. Pero no se lo men­ciona. Hace días la contienda con el campo es un diálogo de sordos. Algo así como dos grupos de personas de los cuales los primeros se comunican por chat y los segundo por mansaje de texto. En el medio, nada.

 

 

 

 

 

 

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